En una entrada anterior del blog habíamos hablado de la encrucijada que supuso en la historia inglesa el año
1066.
La suerte del país se decidió en unos días en tres batallas: Fulford,
donde los noruegos del rey Harald Hardradda (apoyado por Tostig,
hermano del rey sajón) vencieron a los sajones; Stamford Bridge, donde
se produjo la derrota de los noruegos y la muerte de Harald y
Tostig por el ejército de los sajones del rey Harold Godwinson; y
Hastings, donde finalmente el país fue conquistado por los normandos del
duque Guillermo que vencieron y dieron muerte a Harold. Quien quiera
más detalles sobre las bases en las que basaban sus aspiraciones al
trono tanto el rey noruego como el sajón Harold y el normando Guillermo
puede leer la entrada dedicada en el blog a
Emma de Normandía.
Sin embargo, una cosa era haber derrotado militarmente a los sajones en
Hastings y otra muy diferente era que ello supusiese la sumisión del
país al invasor ejército normando. De hecho, las fuerzas sajonas
supervivientes tras la derrota organizaron una dura resistencia contra
los normandos en su avance hacia Londres e incluso llegaron a elegir
como rey para suceder a Harold a Edgar Aetheling. Pero aunque la vieja
tradición sajona contemplaba la elección de la asamblea de notables como
forma de designar un rey, la costumbre continental requería
una ceremonia de coronación como la definitiva toma de posesión del
trono. Y Edgar nunca llegó a ser coronado en Westminster. Por ello, los
normandos nunca reconocieron a Edgar como rey de Inglaterra.
Consciente de ello Guillermo de Normandía aceleró su avance hacia
Londres, en el que alternaba una violenta política de tierra quemada en
la que arrasaba poblaciones como Romney o Dover con negociaciones con
los magnates de la nobleza y el clero sajón para sumarlos a su causa,
perdonando a la gente de ciudades como Winchester a cambio de una
importante suma.
Sin embargo, a medida que se aproximaba a Londres, Guillermo supo que
los ciudadanos de la capital le habían cerrado sus puertas y no tenían
intención de permitirle entrar en la ciudad. Las noticias de la elección
de Edgar tampoco contribuyeron a tranquilizar al normando. Pero la toma
militar de Londres era francamente complicada, entre otras cosas porque
entre el ejército de Guillermo y la ciudad se interponía el río
Támesis.
Guillermo, que contaba con el problema añadido de dotar de suministros a
sus tropas, optó por una táctica que ya había usado antes y que
repetiría años después cuando el norte del país se levantó contra él: la
quema de poblaciones, asesinato de hombres y apropiación de las
cosechas de los condados circundantes (Sussex, Kent, Hampshire,
Middlesex y Hertfordshire).
La escasez de alimentos que esta política supondría para los londinenses
y la partida de la ciudad de los condes de Mercia y Northumbria con sus
tropas acabaron doblegando a los ciudadanos de Londres y una delegación
encabezada por el propio Edgar se dirigió a Berkhamsted y allí rindió
homenaje a Guillermo .
Quedaba pendiente la cuestión de la coronación de Guillermo en
Westminster; el normando dudaba. Por un lado prefería esperar a tener un
mayor dominio militar del país y a la llegada de su esposa desde
Normandía para que fuera coronada junto a él. Por otro, sería más
sencillo obtener la sumisión de los que todavía no le reconocían si lo
hacía como rey coronado en Westminster y con ello se pondría fin además a
la discusión sobre si Edgar era o no el sucesor de Harold.
Finalmente se impuso la segunda opinión y se hicieron todos los
preparativos para que Guillermo fuese coronado en una brillante y
solemne ceremonia en Westminster el día de Navidad de 1066. Inicialmente
todo se desarrolló de conformidad con el ritual habitual en las
ceremonias sajonas, con el arzobispo de York presidiendo la celebración y
el nuevo rey realizando el tradicional juramento sobre el desempeño de
su cargo.
Pero en un momento determinado los acontecimientos dejaron de seguir su
curso conforme a lo establecido. Las versiones de lo ocurrido varían
según la fuente. Para los historiadores normandos, a la guarnición que
se encontraba en el exterior nadie le había explicado que como parte del
ceremonial se preguntaría a los notables presentes dentro de la abadía
si aceptaban al nuevo rey y que esta pregunta debía ser contestada a
viva voz en primer lugar en inglés por los sajones y después en francés
por los normandos. Al escuchar el griterío, los soldados
normandos pensaron que se había producido una traición sajona de última
hora y se lanzaron a la quema de las casas cercanas a la abadía,
aprovechando para dedicarse al pillaje y a atacar a los ciudadanos
londinenses.
Por su parte las fuentes sajonas niegan esta versión, con un argumento
que parece difícilmente discutible: si los soldados normandos hubiesen
sospechado que Guillermo se encontraba en peligro se hubiesen dirigido
al interior de la abadía en auxilio del rey en vez de someter a las
viviendas cercanas al fuego y al robo. Para añadir más confusión a la
ceremonia, entre las personas que se encontraban dentro de la abadía
cundió el pánico y huyeron de la iglesia: algunas fueron pasto de las
llamas y otras se sumaron al saqueo que estaban llevando a cabo los
soldados normandos.
Con la abadía casi vacía y con las pocas personas que permanecieron en
ella temblando de miedo, la ceremonia sin embargo siguió adelante y
Guillermo fue coronado y ungido con los óleos sagrados que le
confirmaron como rey de Inglaterra. Pero, en palabras del historiador
sajón Orderic Vitales la forma en que se desarrolló la coronación fue un
auspicio de mal agüero.
Efectivamente durante los años siguientes Guillermo tuvo que seguir
sofocando diversas rebeliones sajonas como se narra en la entrada del
blog dedicada a
Hereward el Proscrito.
En su lucha contra los focos de resistencia sajones Guillermo se
comportó en ocasiones con sus súbditos y sus tierras más como un tirano
invasor que como un rey de Inglaterra ungido y coronado en Westminster.
Fuente | Marc Morris: The Norman conqu